Este experto en políticas de ciencia, tecnología e innovación dice que es necesario vincular los sectores científico y tecnológico con el empresarial para producir la “chispa mágica de la innovación”.
Cuando alguien se sumerge en el pasado a estudiar la historia de la ciencia en América Latina, el peruano Francisco Sagasti es referencia obligada; ha trabajado en el tema desde hace mas de 40 años. Y quien mejor que el para conversar sobre lo que esta sucediendo en nuestro país (ahora que se discute la política de ciencia, tecnología e innovación), teniendo en cuenta no solamente que es un experto, sino que tuvo la oportunidad de vivir en Colombia y ser testigo presencial de la evolución del sector.
En este momento de coyuntura, cuando uno de los ejes del Gobierno es la innovación, El Espectador aprovechó su visita para conversar sobre temas que podrían hacer de Colombia un país innovador.
Sagasti parte del hecho de que “tratar de hacer que la comunidad científica se vincule a la sociedad es difícil”, pero asegura que es clave transmitir y compartir las ideas centrales de lo que es el método científico, “de la forma como funciona la ciencia, para poder entender lo que hacen los científicos”.
¿Es posible que el sector político y la comunidad científica dialoguen para beneficio de los ciudadanos?
Para entablar una conversación se necesitan dos. El problema es que hemos tenido un monólogo. Los científicos se sienten incomprendidos, que sus mensajes no llegan al Gobierno, y el Gobierno no entiende la lógica de la comunidad científica, le parece que pide cosas excesivas, que a veces no produce resultados.
Yo creo que lo esencial es tener en el Gobierno un grupo de personas que tenga una concepción clara de cuál es el papel y la contribución a corto, mediano y largo plazos de la capacidad de investigación científica y de desarrollo tecnológico. Y es responsabilidad del científico informar a los políticos de tal manera que entiendan realmente qué es lo que pueden esperar de ellos.
¿Y qué hay de la relación de los académicos con el sector productivo?
No todos los científicos deben estar forzados a vincularse con el sector productivo. Por otro lado, algunos investigadores han estado poco interesados en los desarrollos tecnológicos a partir de sus descubrimientos. Lo que hemos empezado a comprender es que uno no puede innovar por decreto. La innovación es el resultado de juntar ideas, imaginación, creatividad, el uso alternativo de un producto o un proceso que sirve para satisfacer una necesidad determinada, ya existente o anticipada.
Muchas de las innovaciones crean sus propios mercados, como es el caso del iPad o del iPhone. Lo que hemos aprendido es que no hay una manera única de producir innovaciones; lo que tenemos que hacer es crear un ecosistema dentro del cual se pueda innovar.
¿Qué se necesita para consolidar una comunidad científica en un país como Colombia?
Definitivamente se requiere financiamiento para el recurso humano, que es lo clave, equipamiento, investigación, proyectos, viajes, publicaciones, y para los experimentos, de los cuales no todos tendrán éxito; hay que aprender de los errores y seguir avanzando. Todo esto cuesta: ningún país puede tener una comunidad científica viable —acorde a su tamaño— con menos del 1,5 o 1,2% del PIB invertido en investigación y desarrollo. Y en toda América Latina estamos a un tercio de esto.
En las primeras etapas no hay escape: el financiamiento debe provenir del sector público. Luego hay que buscar mecanismos para que cada peso invertido levante financiamiento de otros actores. Eso ha sido así en todos los países que han logrado desarrollar capacidad científica y tecnológica.
¿Cuáles serían otros factores claves para una comunidad científica sólida?
Fomentar vocaciones. Uno de los temas graves de América Latina es que un porcentaje reducido —menos del 30%— de los estudiantes universitarios estudia disciplinas científicas, ingenierías o medicina. En China es alrededor del 60%. Debemos tener una infraestructura institucional razonable y adecuada, muy diversificada.
En tercer lugar, la gran mayoría de las innovaciones en el siglo XXI están surgiendo de la combinación de disciplinas: física con biología, investigación energética y medicina, ingeniería genética y computación. Aquí el Estado tiene un papel importantísimo, ya no como financiador sino como orientador, y eso tiene que hacerse en un proceso muy participativo con la comunidad científica, la sociedad civil y el sector empresarial: identificar aquellas áreas en las cuales es pertinente y necesario invertir recursos de una gran magnitud para desarrollar las capacidades para el futuro.
¿Cómo ve a Colombia?
Muy preocupante. Hace 25 o 30 años Colombia era uno de los ejemplos en los cuales uno podía apreciar un desarrollo más o menos balanceado de la capacidad científica, el desarrollo de la tecnología y la innovación. Ese balance y esa vinculación estrecha entre investigación, desarrollo tecnológico y producción se han perdido. Y pareciera que ese terrible problema —los científicos por un lado y los empresarios por otro— ha marcado a muchos países de la región. Yo creo además que esa concepción estrecha de fomentar la competitividad —entendida como mejor infraestructura o la simplificación de trámites— es un grave error, y es lo que está prevaleciendo; en otras palabras, la competitividad a la Davos. Sin innovación tecnológica, la competitividad es algo que se desvanece muy rápido.
Pero la comunidad científica no está exenta de culpa. He visto casos de científicos que desprecian a aquellos que hacen algo aplicado, y desgraciadamente ese tipo de cultura todavía existe. La innovación es un fenómeno sumamente complejo, difícil de gobernar; es muy complicado tener un organismo rector de la innovación, es casi una tierra de nadie. Se requiere un trabajo conjunto, la creación de entornos y condiciones mínimas, y esto no es responsabilidad de una persona, sino colectiva. Lo que yo esperaría que suceda en Colombia es que vuelva a esa convergencia, que admirábamos hace unas décadas, entre investigadores científicos, ingenieros desarrollando tecnología y empresarios innovando.
El principio básico es crear una base de científicos y capacidad de investigación que se transforme en capacidad de desarrollo tecnológico e incorpore las actividades productivas.
¿Cuál es la juventud que queremos?
Una juventud que tenga compromiso con su país y una aspiración a superar constantemente su formación y su conocimiento. Pero hay un tercer factor que será clave: una conciencia clara de que el mundo en el cual vivirán no tiene que ver con el actual. Tienen además el enorme desafío de mirar hacia el futuro y darse cuenta de que sólo la comprensión de ese nuevo mundo, más el compromiso de tener el conocimiento para saber cómo enfrentarlo y ayudar al resto, permitirán superar el difícil trance que será el siglo XXI.
EL ESPECTADOR – 15 Ago 2012