El año pasado se registraron en total 3’276.700 solicitudes de patentes en el mundo, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (Ompi). Un año en el que la presentación de solicitudes de registro de marcas aumentó 13,7 por ciento; la de patentes, 1,6 por ciento y la de diseños, 2 por ciento, según el informe más reciente de esta organización.
De acuerdo con la Ompi, estos indicadores son una muestra de la resiliencia de la innovación humana incluso en medio de la grave situación sanitaria mundial. “El informe confirma que, a pesar de la mayor contracción económica de las últimas décadas, las solicitudes de derechos de propiedad intelectual –un sólido indicador de la innovación– mostraron una notable capacidad de resistencia durante la pandemia”, señaló el director general de la organización, Daren Tang.
Las patentes vigentes en todo el mundo aumentaron un 5,9 por ciento para alcanzar unos 15,9 millones en 2020. China fue el país que registró el mayor aumento del número de patentes (+14,5 por ciento), seguido de Alemania (+8,1 por ciento), Estados Unidos (+6,9 por ciento) y Corea del Sur (+4,6 por ciento).
No obstante ese buen momento que vive la innovación a escala global, el papel que juega Colombia en este campo siempre ha sido tímido y escaso. Según cifras de la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC), las solicitudes concedidas de patentes de invención y de patentes de modelo de utilidad durante 2020 fueron tan solo 1.208, una cifra incluso menor a la que se presentó en 2019, cuando fueron concedidas 1.720.
Compañías extranjeras como la china Huawei son de las que más registros de patente presentaron en el 2018.
Para Carlos Plata, abogado especialista en patentes, este retraso se debe a que la innovación no se ha entendido en la mentalidad de la sociedad colombiana como una herramienta fundamental. “Es un estribillo, casi como lo es el calentamiento global, no se ha insertado dentro del instinto de supervivencia, el instinto de conservación. La gente no ha entendido la innovación como la herramienta que tiene para mejorar su calidad de vida, para sobrevivir y para, además, lograr mercados objetivos para generar empleo y desarrollo”.
A lo largo de la última década, el país se ha movido en rangos similares. Entre 2011 y 2020 se concedieron 14.480 solicitudes de patentes por la SIC, el año en el que más se presentaron fue 2013 con 2.339 y en el que se registró el menor número fue el 2011, con solo 790. Una brecha enorme frente a los países que lideran los indicadores.
En opinión de Plata, quienes hablan de innovación desconocen factores determinantes para que las ideas se puedan convertir en realidad. “Si hablamos de número de patentes, tenemos que reflexionar en que ya a estas alturas, cuando las brechas son tan profundas y tan amplias, deberíamos pensar en innovaciones incrementales y en patentes de modelos de utilidad”, explica Plata.
Por su parte, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Tito José Crissien, asegura que desde la cartera han identificado como principales limitantes al registro de patentes en el país el bajo conocimiento en general que tienen los ciudadanos sobre el sistema de propiedad intelectual, su utilidad práctica y las ventajas de proteger productos o procesos derivados de alguna actividad inventiva en los ámbitos científicos, académicos y empresariales, entre otros.
Nunca vamos a salir de ese rezago, pero se puede compensar con patentes de gran peso cualitativo
“Hay poca articulación entre las entidades que hacen parte del sistema de propiedad intelectual, lo cual dificulta tomar medidas necesarias para mejorar la atención a la población que necesita proteger su invento. En general hay poca cultura de protección no solo de patentes, también sobre los mecanismos de propiedad intelectual. Otra de las limitantes que presenta Colombia es la necesidad de robustecer la razón de ser de los clústeres y su Know How, que les permita identificar retos y soluciones”, dice el ministro.
Para Carlos Plata, pensar en calidad más que en cantidad sería la forma de acortar distancia de manera significativa. “Estados Unidos en su historia ha tenido más de 12 millones de patentes, algunas incluso ya no están vigentes. Nuestra historia en este tema es inconstante y de intermitencias y está más ligada a esfuerzos de personas que no han dimensionado la importancia de generar una tecnología o un hecho que sea valorado por la Superintendencia de Industria y Comercio o el Departamento de Comercio de Estados Unidos o cualquier ente similar en Europa como un hecho resaltable como innovador y con el derecho a ser protegido”, asegura el experto.
Y añade: “Nunca vamos a salir de ese rezago, pero se puede compensar con patentes de gran peso cualitativo, innovaciones radicales que están asociadas a tecnologías persuasivas y obviamente a innovaciones disruptivas”.
Innovación integral
En ese sentido, si se considera el caso colombiano en comparación con el de otros países que han conseguido dar cambios drásticos a sus modelos de innovación para impulsar el desarrollo, como Corea del Sur, lo que haría falta es concebir una innovación, tanto social como tecnológica, resolviendo lo que Plata denomina como enfermedades sociales.
Es lo único que nos va a salvar, si no dimensionamos lo que es el valor agregado, estamos condenados a desaparecer
“La innovación social trabaja en las patologías colectivas que impiden construir verdaderas plataformas de innovación tecnológica. La mentira, el arribismo, la envidia, la ignorancia, la improvisación, la incapacidad de trabajar en equipo, la impaciencia frente a la recompensa, la indisciplina y la falta de autocrítica generan brechas que nos alejan de la economía del conocimiento y del capitalismo consciente”, señala el abogado.
Por eso, en su opinión, para construir un modelo de sociedad predispuesta a la ciencia y a la tecnología, se requiere primero tener claro la verdadera vocación de país. “Para lograrlo se necesita pensar en grande y estimular vocaciones a partir de las vivencias que ofrece un país megadiverso”.
El experto asegura que se requiere de catalizadores de innovación y polígonos industriales para un país con ecosistemas únicos como el nuestro. Además de Centros de Agregación de Valor (CAV) como puntos de excelencia de conocimiento y competitividad, junto a megalaboratorios de valor agregado para aprovechar la diversidad y el mapa biogenético, avanzando en una agenda de desarrollo sostenible con tecnologías persuasivas compatibles con la transformación de recursos biológicos, impulsando además nuevos ecosistemas de almacenamiento de energía y de transformación digital.